Cuando la ley no muestra su rostro
No puede haber verdadera seguridad pública para nadie sin la confianza del público.
This is the Spanish version of my most recent op-ed, “When The Law Won’t Show Its Face.”
Imagine que usted va caminando por la calle. Delante de usted, en la acera, una joven camina sola. De repente, autos sin identificación se detienen y hombres armados y enmascarados la sujetan mientras ella grita protestando y la obligan a subir a un vehículo. Usted y otras personas presentes se preocupan e intentan ayudar, pero no pueden hacer nada. Parece un secuestro, un caso de trata de personas o el inicio de una agresión sexual.
Este escenario no es imaginario.
Desde Los Ángeles hasta Nueva York, pasando por Atlanta y Minneapolis, agentes de ICE, enmascarados y con el rostro cubierto, han estado realizando redadas y arrestos. Estos agentes visten ropa de calle, no muestran identificación ni insignias oficiales, y utilizan vehículos sin distintivos oficiales. Han actuado en tribunales, frente a tiendas de mejoras para el hogar y fuera de escuelas, entre otros lugares.
El Departamento de Seguridad Nacional (Department of Homeland Security) autoriza esta práctica. Hasta la introducción a finales de junio de la Ley No Secret Police (HR 4176), que prohibiría en gran medida este tipo de acciones, ninguna ley federal la abordaba explícitamente. A menos que y hasta que el Congreso actúe, esta práctica continuará siendo aterradora y peligrosa.
Tomemos el caso de Rümeysa Öztürk, una estudiante de doctorado turca en la Universidad Tufts, cerca de Boston, quien fue arrestada por individuos enmascarados el 25 de marzo de este año. El video es estremecedor. Un hombre vestido completamente de negro, con una gorra debajo de la capucha, se acerca a ella y la acorrala en la calle. Él es mucho más alto que ella y le bloquea el paso cuando intenta alejarse. No lleva ninguna insignia de ICE ni muestra identificación, por lo que no hay nada que lo distinga de un asaltante, un ladrón o un secuestrador. En el video, se escucha claramente el llanto de la Sra. Öztürk mientras el hombre le agarra la muñeca y se le unen otros individuos enmascarados. En un momento, dicen: “Somos la policía.”
—“Pues no lo parecen”, responde un testigo. “¿Por qué se cubren la cara?”
La Sra. Öztürk no solo fue detenida, sino que también fue trasladada a un centro de detención en Luisiana —a 1,500 millas de distancia. Solo fue liberada después de que un juez federal interviniera para detener su deportación.
Peor aún, debido a que los agentes de ICE se cubren el rostro y se niegan a identificarse claramente, los casos de personas que se hacen pasar ilegalmente por agentes de ICE van en aumento. En Carolina del Sur, un hombre que se hacía pasar por agente de ICE detuvo ilegalmente a un grupo de hombres latinos en su auto, diciéndoles: “¿Son de México? ¡Van de regreso!”
En Texas, un hombre fue asaltado por alguien que afirmaba ser de ICE.
En Dakota del Norte, un hombre que se hacía pasar por agente de ICE sacó a un recluso de la cárcel del condado.
En Carolina del Norte, un hombre que se hacía pasar por agente de ICE amenazó a una mujer con deportarla si no accedía a ser agredida sexualmente por él.
Cuando los agentes de ICE se niegan a mostrar su rostro y a identificarse —en otras palabras, cuando nadie puede distinguir a un agente de ICE de un criminal— establecen un precedente peligroso: cualquiera, incluidos los delincuentes, puede afirmar ser un agente de la ley.
Y dado que cubrirse el rostro no está prohibido por la ley federal ni por la política de ICE, sino únicamente por la decencia común y la moral básica, las personas en todo Estados Unidos deben enfrentarse a la posibilidad de que alguien vestido de civil, enmascarado, que se niega a identificarse y podría estar suplantando a un agente de la ley, pueda arrastrarlas a una camioneta sin identificar, o algo peor.
Además de ser aterrador, es peligroso —para todas las personas—. Aquí en Minnesota sabemos algo reciente y trágico sobre esto.
A las 2:00 a. m. del 14 de junio, un hombre que llevaba una máscara de silicona y se hacía pasar por agente de la ley exigió entrar a la casa del senador estatal de Minnesota John Hoffman, su esposa Yvette y su hija Hope. Ellos le creyeron y abrieron la puerta, pero de inmediato se dieron cuenta de que estaba allí para hacerles daño. El hombre enmascarado disparó e hirió gravemente al senador Hoffman y a su esposa. A las 3:30 a. m., hizo lo mismo en la casa de la expresidenta de la Cámara de Representantes de Minnesota y su esposo Mark: los asesinó a ambos y dejó mortalmente herido a su perro, Gilbert. Entre esos dos actos homicidas, el impostor llamó a la puerta de otros dos legisladores estatales que no estaban en casa. De haber estado, también los habría agredido o asesinado, y probablemente habría atacado a más legisladores si no hubiera sido detenido.
En la historia de Estados Unidos, quienes cubren sus rostros no son “los buenos”: hasta ahora, han sido ladrones, asesinos, asesinos políticos y miembros del Ku Klux Klan.
Pero en la era de Trump 2.0, cuando personas armadas y enmascaradas sacan por la fuerza a personas desprevenidas de la calle y las meten en camionetas sin identificación, ¿cómo puede alguien distinguir una acción legítima de las fuerzas del orden de una agresión no provocada? Cuando no hay forma de saber quién intenta detenerlo(a) ni por qué, ¿cómo se puede diferenciar a quien se supone que debe protegerlo(a) de quien busca hacerle daño o aterrorizarlo(a)?
La práctica fundamental de que los agentes de la ley se identifiquen y muestren el rostro es central al concepto de justicia procesal. La justicia procesal en el trabajo policial es la idea sencilla de que, cuando las personas son tratadas de manera justa y equitativa. Cuando los agentes se identifican claramente, se acercan de manera profesional, con respeto y explican lo que están haciendo y por qué, la gente tiende a cooperar y apoyar el resultado de esa acción, sea cual sea. Estudios, uno tras otro, han demostrado que la comprensión de las personas no solo sobre cuáles son las decisiones, sino también sobre cómo se toman, influye positivamente en su confianza en el sistema y en su percepción de justicia. Y la confianza pública es esencial para la seguridad pública: no existe verdadera seguridad sin confianza.
La política de ICE que permite a los agentes cubrirse el rostro y ocultar su identidad debilita la confianza pública; y menos confianza significa menos seguridad para todos. Esto implica que las comunidades son menos propensas a cooperar con las medidas de control migratorio. También significa que las personas inmigrantes, con o sin documentos, son menos propensas a colaborar con la aplicación legítima de la ley, como en investigaciones de crímenes violentos. Significa, además, que cualquier persona de cualquier comunidad puede temer que la próxima vez que un agente de la ley se acerque, podría tratarse de un impostor con malas intenciones.
La obligación de rendir cuentas también es esencial para la confianza pública, pero las máscaras hacen casi imposible identificar a los individuos y responsabilizarlos por posibles conductas indebidas o abusos de poder.
En última instancia, esta política de ICE deslegitima a todas las agencias de seguridad pública. Incluso pone en riesgo a los propios agentes.
Rezo para que nunca llegue el día en que un agente de ICE vestido de civil, con el rostro cubierto y conduciendo un vehículo sin distintivos oficiales mientras está de servicio, intente detener a alguien que pueda estar legalmente armado, y esa persona decida defenderse de lo que, en cuestión de segundos, le parezca un intento de agresión o secuestro. Temo que alguien —el agente, la persona objetivo del arresto o personas inocentes presentes— resulte herido(a) o muerto(a).
Antiguos funcionarios encargados de hacer cumplir la ley están de acuerdo. El exfuncionario sénior de ICE, Mike Shuchart, teme que estemos “creando el escenario para un problema de tipo justiciero, donde la gente no sabe, o al menos no está segura, de si esos agentes que se visten como ladrones de banco son realmente oficiales de las fuerzas del orden.” El exagente del FBI, Mike German, califica esta práctica como “una amenaza para la seguridad pública, y también una amenaza para los propios agentes y oficiales, porque la gente no podrá distinguir de inmediato quién está realizando una actividad legítima o ilegítima cuando hay violencia en público.”
Cuando los agentes de la ley en Minnesota finalmente localizaron y arrestaron al asesino de Melissa y Mark Hortman —quien ya había matado a dos personas, herido gravemente a otras dos, era extremadamente peligroso y estaba fuertemente armado, y había descrito sus propios actos homicidas como “guerra”—, ellos no llevaban máscara. ¿Por qué, entonces, necesitan los agentes de ICE cubrirse el rostro para detener a personas desarmadas y desprevenidas en la calle? Respuesta: no lo necesitan.
El argumento de que los agentes de ICE deben cubrirse el rostro para protegerse de ser víctimas de doxeo (“doxing”) es un pretexto débil. Cualquier servidor público y cualquier estadounidense pueden ser objeto de doxeo, y existen medidas de sentido común ampliamente conocidas que todas las personas podemos tomar para reducir ese riesgo. ICE utiliza la excusa de una posible exposición de información personal para dificultar casi al máximo que se les exija rendir cuentas si abusan de su poder.
El presidente Donald Trump o la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, podrían cambiar esta práctica dañina con solo firmar un documento. El Congreso debería aprobar rápidamente la Ley No Secret Police para prohibirla. Ninguno lo hará —a menos que alcemos la voz. Y cuando digo “nosotros”, no me refiero solo a las comunidades inmigrantes, sino a todas las personas, a cada estadounidense que valore nuestra seguridad y nuestra libertad.
No puede haber verdadera seguridad pública para nadie sin la confianza del público. Pero es difícil confiar en la ley cuando la ley no muestra su rostro.